«Se cuenta que un hombre se aventuró a entrar en territorios inhóspitos de África. Quería hacer un recorrido de kilómetros atravesando la selva. Iba acompañado de sus porteadores, indígenas acostumbrados al terreno que cargaban con sus pertenencias y le guiaban para no perderse en el camino. Todos ellos llevaban un machete en la mano y se abrían paso con determinación entre la espesa vegetación. Iban rápido, ya que el aventurero tenía el objetivo de avanzar de cualquier manera y llegar a su destino lo antes posible.
Si aparecía un río, lo cruzaban sin tropiezos. Si había que subir una colina, apuraban el paso para no perder ni un minuto. Pasaba el tiempo y continuaban avanzando sin aliento, hasta que de repente, todos los porteadores se detuvieron de golpe.
El aventurero se sorprendió. Llevaban tan sólo unas cuantas horas de marcha. Y así, les preguntó:
-¿Por qué habéis parado? ¿Es que acaso estáis cansados con apenas unas horas de camino?
Entonces, uno de los porteadores lo miró calmado y le dijo:
–No señor, no estamos cansados. Somos gente de la selva. Simplemente ocurre algo: Hemos avanzado tan deprisa que dejamos el alma atrás. Ahora tenemos que esperarla hasta que nos alcance de nuevo»
(Relato africano)
Todos nos hemos sentido a veces desconectados de nosotros mismos. Como si el que se levanta para ir a trabajar, el que habla o hace cosas no fuera uno mismo sino otro, algún extraño. Podemos pasar a veces el tiempo actuando automáticamente (como conducir sin percatarnos durante un tiempo, fregar, o mantener una conversación incluso). Esta sensación de “desconexión” es frecuente y aparece cuando nos hemos sumergido en la rutina automática de nuestra vida.
Y ¿cómo podemos volver a conectarnos? ¿Cómo podemos recuperar nuestra presencia, nuestro centro?
Como cuenta este relato de la tradición africana, de lo que se trata es de volver a encontrar de nuevo nuestro centro, de dejar que vuelva “nuestra alma” a su lugar. El alma va despacio. Así como hicieron los porteadores si te sientes desconectado de tu centro lo indicado es hacer una pausa. Lo más probable es que hayas recorrido el camino con demasiada prisa. Esto te ha impedido ver el paisaje y, sobre todo, conectar tu alma con el sendero.
Dice un maestro zen que “estás a tres respiraciones de ti mismo” y el cuerpo así, es una vía para poder volver a conectarse, a hacerse presente. Por eso cuando meditamos a veces creemos que afloran dolores, o sensaciones y pensamientos provocados por la práctica pero lo que sucede es que ya estaban, solo que no nos dábamos cuenta de ellos (como el aventurero cegado por llegar a su destino). Necesitamos volver a sentirnos y podemos hacerlo escuchando el cuerpo, ¡lo tenemos tan cerca y nos ponemos tan lejos!
Si no estamos conectados, no tenemos control sobre nuestra vida. No nos conocemos, ni nos damos cuenta de lo que sentimos, de lo que queremos, podemos estar tristes o hambrientos y no atender nuestras necesidades. Podemos decir cosas que no pensamos o establecer relaciones que no queremos. No disponemos de nuestra “alma” para crear, amar, sentir la vida.
Por eso la meditación es una práctica de volver a conectar nuestra alma con nuestro cuerpo y eso podemos hacerlo sentados en meditación, caminando, paseando, comiendo… Sólo abrirse a sentir lo que está pasando en nuestro cuerpo en ese momento es la brújula que ayudará a nuestra alma a alcanzarnos.
Y así no estaremos tan cegados por llegar al destino, sino que podremos vivir y disfrutar del viaje, tranquilos, conectados y seguros por este terreno inhóspito y misterioso que es la selva de nuestra vida. No olvides parar a esperar a tu alma te alcance. BUEN VIAJE AVENTUREROS